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La pérfida patuleca
En verdad no hay mucho que contar acerca de ella. Su historia es mucho más sencilla que su nombre. Hoy sabemos que se trataba de un defecto genético, pero al nacer, no recibió mas diagnóstico que el de “salió patuleca”. Eso explica la segunda parte del nombre. De la primera se puede contar un poquito mas.
La pérfida patuleca nació en tiempos de mucha injusticia, ignorancia y desigualdad y desde niña su condición de patuleca le hizo la vida aún más difícil. De todos sus amigos ella era la más lenta, la más torpe y por eso la que más recibía burlas. La falta de empatía de los otros niños la llevó a desconfiar de la gente y a desarrollar una personalidad tímida y apartada.
Al crecer sola, la pérfida patuleca perdió la motivación de alcanzar metas grandes y decidió llevar una vida sencilla, una que no llamara la atención de nadie. Así fue como empezó a trabajar de noche en un bar. El dueño de ese bar, un senor de 160 años (mínimo), era muy amable con la pérfida patuleca, a quien encontraba muy inteligente y disciplinada. El descubrió en ella alguien responsable y confiable y ella descubrió en él un amigo. El jefe, previendo que no iba a vivir mucho más tiempo, le empezó a dar más responsabilidades a la pérfida patuleca y, lentamente y sin que ella se diera mucha cuenta, la fue preparando para quedarse con el local. A medida que la pérfida patuleca recibía más responsabilidades, empezó también a ganar más dinero y cuando había ahorrado suficiente, finalmente se fue a vivir sola.
Como dormía de día y trabajaba de noche, sus vecinos poco la veían y cuando lo hacían, la pérfida patuleca evitaba hablar con ellos, recordando el dolor que los seres humanos en general le causaban. Fue así como empezaron los rumores. Al principio se creía que estaba loca, porque solo una mujer loca vivía sola y sin dejarse ver. Pero después del extraño evento de las ollas y calderos, la reputación de la pérfida patuleca se perdería para siempre.
Todo empezó el día que el jefe le encargó la magnífica tarea de desarrollar una receta para producir cerveza en el bar y venderla como marca propia. Hay que tener en cuenta que vender su propia cerveza en su bar era el sueño mas grande que el jefe de la pérfida patuleca tenía y uno que nunca había podido cumplir. Para la pérfida patuleca, ésta era la mayor expresión de confianza que jamás le habían demostrado. Dejándose llevar por la motivación (una que jamás había sentido) la pérfida patuleca decidió usar su tiempo libre para probar diferentes recetas de cerveza en su casa. Para eso, se levanto un día temprano, fue al mercado a comprar todo lo necesario para ejecutar su tarea y volvió a su casa a plena luz del día cargada de ollas y calderos y una escoba que le hacía falta para barrer. Sin perder mucho tiempo, empezó a cocinar, cosa que requería una alta concentración. Tan concentrada estaba la pérfida patuleca, que no se dió cuenta de los vecinos que la observaban desde afuera a través de la ventana de su cocina, que daba a la calle. Y viéndola revolver calderos y ollas botando humo y vapor, profundamente concentrada, como en un transe, los vecinos llegaron a la unánime conclusión de que tenía que ser bruja. Y así no lo fuera, estaba clarísimo que era un ser en el que no se podía confiar porque esa mujer patuleca que vive sola, trabaja y además de noche, quién sabe que le habrá hecho a quien para vivir así.
“Esa pérfida patuleca es de lo peor que le puede pasar a una sociedad. Tenemos que evitar que nuestros hijos se le acerquen” - decían.
Después de varias semanas de arduo trabajo y cientos de intentos fallidos, la pérfida patuleca logró desarrollar la receta de la mejor cerveza que ella jamás había probado. Llena de orgullo y felicidad, decidió ir mas temprano al bar para mostrarle a su jefe su logro. Al salir a la calle vió que, justo enfrente de su casa, había un grupo de niños -posiblemente el grupo demográfico que más le daba miedo. Inadvertida de la intención de los niños, la pérfida patuleca pasó por su lado con su caminado singular, cuando escuchó a uno de los niños gritar “Andáte de aquí y no volvás nunca, pérfida patuleca!” al mismo tiempo que sintió un golpe en su espalda. Sin saber bien qué estaba pasando, la pérfida patuleca se volteó y vió cómo se escurría una mancha café en su camiseta. Le habían tirado tierra mojada. Asustada y confundida, la pérfida patuleca empezó a correr hacia el bar, con su cojeado inusual y aunque se movía rápido, alcanzó a escuchar las burlas de los niños viéndola correr. Al llegar, el viejo del bar notó inmediatamente el estado alterado de la pérfida patuleca y le preguntó “qué pasó?”. La pérfida patuleca con lágrimas en los ojos respondió “que la gente me odia. Incluso los niños. Hoy me gritaron pérfida patuleca y me tiraron tierra!”. Conmovido y lleno de compasión, el viejo del bar procedió con las siguientes palabras: “No te odian, te tienen miedo. Sos muy diferente a ellos, como te ves, como caminás, como vivís. Y eso ellos no lo entienden. Uno le teme a lo que no entiende y con el tiempo termina odiando lo que uno teme. Y no hay mucho que podás hacer para hacerlos entender que, aunque sos diferente, no sos mala. Lo que si podés hacer es seguir viviendo tu vida como a vos te gusta. Y rodearte de gente que te ayude a vivir una vida feliz.” La pérfida patuleca escuchó cada palabra de su jefe y las absorbió como si se estuviera tomando un vaso de agua con mucha sed. De ahora en adelante iba a vivir su vida aceptándose como es y sin más vergüenza por ser patuleca.
Muchos años después, cuando ya le pertenecía, el bar se había vuelto famoso en toda la ciudad. No solo servían la mejor cerveza, sino que contaba con la presencia de la mejor atracción: la pérfida patuleca.
Fin.
